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El divorcio de Harold y Paula supuso una conmoción para todos los que los conocían, pero no fue nada comparado con el revuelo que se montó cuando, apenas un mes después, anunció su compromiso con una rubia más joven llamada Melissa. La boda, que ya era un hervidero de cotilleos y especulaciones, no se desarrolló tan bien como la pareja esperaba. Cuando el cura planteó la vieja pregunta: "¿Alguien se opone a este matrimonio?" Harold confiaba en que nadie se atreviera a hablar. Pero en el momento en que Paula se puso en pie y habló, la sala enmudeció, y se oyó un grito ahogado colectivo mientras todas las miradas se volvían hacia Harold y Melissa, atónitas e incrédulas.

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¿La habían oído mal?
Todos se quedaron atónitos, hasta el punto de que incluso el sacerdote dio un paso atrás, incrédulo. Sin duda, debían de haberla oído mal; aquello no era propio de la dulce Paula. Pero cuando todas las miradas se volvieron hacia ella, la verdad era innegable. Su cálida sonrisa habitual había desaparecido, sustituida por un ceño severo que parecía totalmente ajeno a su amable conducta, aunque su expresión irradiaba una resolución inquebrantable.

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